Miro hacia atrás y me veo sentada en la antepenúltima fila, mirando por la ventana, sonándome las entrañillas porque llega el olor a tortilla de patatas, la futura tortilla de patatas que irá en mi bocadillo. Chicos y chicas escapando del jefe de estudios en plena carrera para salir a tomar un café al Sirimiri o unas cañitas al Loaissa. La seca de Pilar haciendo que da E.F en el patio porque hoy toca sacar balones y juego libre...
De fondo, la voz de mi profesor de griego, ataviado con una bufanda del Madrid (en plena primavera), dice algo sobre el rapto de una tal Perséfone, en fin... yo solo quiero que toque y salir a fumarme un cigarro.
Un año más tarde, la clase cambia de gente, caras extrañas, mucha desconfianza, desilusión, fracaso y sentimiento de culpabilidad. Un año tirado a la basura, rodeada de voces, pero sola.
Mirando de nuevo por la ventana, algo me llama la atención y no es el olor a tortilla, sino de nuevo la voz de Javi. Esta vez nos está contando cómo los espartanos abandonaban a sus hijos varones recién nacidos sobre el tejado de sus casas durante tres días y tres noches, solo sobrevivían aquellos que llegarían a ser buenos guerreros. Una historia escalofriante que comparto con alguna mirada de complicidad de un compañero de clase que a veces, me pasa el cuadernillo de inglés para que copie los ejercicios. Cuando toca, no quiero salir a fumar un cigarro, quiero seguir viajando a Grecia.
Hoy, Javi me susurra sus historias página tras página, todos los miércoles y jueves por la tarde en el salón de "mi casa", una historia que él mismo a creado a su antojo para que el gran Alejandro se topara cara a cara con los romanos(*) y, ¿el chico del cuadernillo de inglés?, no sé, creo que le he escuchado alguna vez por la radio, por lo visto trabaja en Mérida.
(*)Alejandro Magno y la águilas de Roma, Javier Negrete.
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