jueves, 22 de mayo de 2008

Y qué será lo próximo

No puedo mirarles a la cara y fingir que no ha pasado nada.

No puedo empezar el día cantando, sonriendo y tachando un día más en el calendario, porque no es simplemente un día más para ellos.

Impotente, no sé si es así exactamente como me siento, pero creo que por muchos años más que me queden trabajando, nunca podré controlar estas situaciones.

Quiero cogerles en mis brazos y contarles lo que ha pasado, porqué han tenido que salir de su casa con lo puesto, porqué ahora llevan los zapatos, dos tallas más grandes, porqué hace dos días que no saben porqué no durmen en su cama.

Una infancia difusa, llena de mentiras, de miedos, de preguntas sin respuestas. No es justo.

En el patio de enfrente, niños con uniforme salen a las 14.00 y por la tarde van a Karate, solfeo, inglés y baloncesto, mientras, al otro lado, en el otro patio, un llanto te sobrecoge, cuando un cuerpecito de tres años recuerda que ni esa tarde, ni la otra y quizás otras muchas, no verá la novela con su madre ni tampoco dará a su padre un beso de buenas noches, y lo peor, que no sabe porqué.

Lógicamente, el periódico del 21 de mayo no lo narra así. Diferentes intereses o puntos de vista. ¿Y qué va a pasar ahora?, eso me gustaría saber a mí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo recuerdo que mis maestros siempre tenían respuesta para todo.

Una mirada cómplice resolvía miles de problemas o lo que nuestra infancia creen que son problemas.

Aunque niños, los tuyos maduran a diario por lo que les ha tocado vivir. Seguro que cuando sean mayores recordarán a esa maestra que con poco les hacía sentirse especiales y tú lo consigues siempre.

Ánimo y disfruta de ellos

Juan Carlos dijo...

A veces, cuñada, es necesario fingir.

Es necesario apretar los ojos, contener unas lágrimas y decir simplemente que es la alergia que te afecta.

Y aprovechar para contar por qué esta primavera está más florida, por qué la lluvia a veces es buena, y por qué el arcoiris solo sale cuando llora el cielo en un día que parecía del sol.

No son ni siquiera mentiras piadosas. Son pequeñas verdades dibujadas en la sonrisa de esos niños que esconden más sinceridad de la que aparentan y más consciencia de la que creemos.

Hazlo. Cógeles en tus brazos y entenderán que no lo han perdido todo. Que guardan lo más preciado, el calor de un abrazo y la dulce calidez de un beso de cariño.

Para un niño, al menos dejadme pensar que para ellos sí, el valor no está en los objetos, en el coche de papá o el collar de mamá, sino en el tacto de las manos que manejan ese volante o en el cobijo que ofrece el cuello del que prenden esas perlas.